RUIDO CLAVEL - Texto de Pedro G. Romero

 

Apenas necesita explicación. Un nombre tan eufónico lo dice todo. Ruido, por un lado. Clavel, por el otro. Cuando Helena Amado y Pedro Rojas Ogáyar me propusieron andar con ellas, con ellos, algún trecho de su camino, no lo dudé. No era flamenco, me advertían, era copla. Claro que son cosas distintas pero, ¿de verdad hay alguna diferencia entre los dos géneros? Quiero decir que hay más continuidades que diferencias, desde luego. No mucha mayor que la que va de Dolores Agujetas a Pepe Marchena, o de Rafael Farina a Calderas de Salamanca, ¡y eran hermanos!. Como Luis Alonso y El Planeta, hermanos también. Fernanda de Utrera se resiste tres veces a responder la pregunta, pero le aprietan y entonces lo suelta: «cuando yo canto copla canto flamenco, no se si eso es una diferencia».

 

Por un lado, clavel. Por el otro, ruido. Sería un error pensar que como la soprano Helena (O Sister!, ProyectoeLe) viene del género lírico y el guitarrista Pedro (Proyecto Ocnos, Teatro Anatómico, Momento Cumbre) de la música contemporánea experimental es fácil asignarles a uno el papel de ruido y a la otra el de clavel. Es un poco más complicado. No se si han probado alguna vez un lingotazo de anís, seco o dulce, El Clavel, en ayunas, para despertarse, para entonarse, entenderán bien de lo que les hablo. Es como cuando Picasso decía que para pintar bebía petróleo, puro vitriolo, pero de ahí salió el cubismo. Helena Amado también es ruido, clavel de papel que se te clava en un ojo cuando vas a oler las hojas que recubren su alambre espinoso. Pedro Rojas Ogáyar también es clavel, su guitarra es de una educación que marea, no se deja arrastrar por el efectismo, no suda cuando descompone los sonidos, su noise sale de la compostura de un caballero.

 

Quizás poca gente sabe que el clavel rojo que nos identifica es una flor extranjera. El emperador Habsburgo Carlos I en su boda «gitana» con Isabel de Portugal mandó traerlos de Persia, vía el Egipto Menor, y plantó con ellos los círculos concéntricos que rodeaban su palacio de Granada. Desde ahí se extendió por toda la Península Ibérica. Vinieron desde el Irán, quién nos lo iba a decir. Todos extranjeros, el rey, la reina y los claveles. Isabel de Portugal fue apodada la Virgen Cigana, precisamente por viajar a tierra extraña. Vecina, pero extraña. Así la retrató Antonio de Holanda cuando fue madre de Felipe II y con el atuendo real de los príncipes gitanos, un tópico que pronto fue arrastrado por otras imágenes subalternas, cuando empezó la persecución asesina de los Rrom. El cuadro lo conservaba la Duquesa de Medina Sidonia, la Roja. Y si les cuento todo esto no es por fardar, ni por erudición académica, me libre dios. ¿No estamos aquí, más bien, en la línea del Romance de la reina Mercedes? Un sinfundo que dicen. O sea, que parece mentira pero es una verdad como un castillo.

 

Empecemos por el principio. Lo que hoy se llama copla es fruto de distintos aflamencamientos. El cuplé francés de la época sicalíptica -ahí estaba de moderna la propia Pastora Imperio- se aflamenca y se convierte en copla española, así la llaman también. Digo se aflamenca porque son las condiciones materiales las que transforman el género no la métrica, ni la forma de cantar o de pronunciar el repertorio. Y ese género triunfante donde reinó Concha Piquer -primero vestida de flamenca y después de señora- y Rafael de León -toda una vida travestido- se vuelve a aflamencar y ahora la llaman copla andaluza, que se yo, con Marife de Triana por ejemplo. ¿Y qué pasa cuando llega Manuel Alejandro? Cuando la canta Raphael es una cosa, cuando las canta Rocío Jurado otra. En fin, un lío y eso que no he hablado de la Ópera flamenca, vaya, para no liar más el mapa ni la cronología. Pero nadie duda hoy que Cole Porter es jazz y es blues. Y no depende tanto del intérprete sino del nivel de exigencia del público que, afortunadamente, no tiene que ir con una guía de escucha en el bolsillo cada vez que tararea el estribillo de Under my skin. Flamenco era eso, un jazz, una de las maneras de hacer jazz como el tango, el blues o el fado.

 

Por eso vibro cuando en Encrucijada Helena mete los tientos de La verdad a mi me engaño o cuando en Compañera y soberana se cuela la soleá de Tiro piedras por las calles. El género degenera, ¡bendito sea el señor! Ruido Clavel, no se equivoquen ustedes, está en la línea de lo que vienen haciendo Rocío Márquez y Perrate, Rosalía y Niño de Elche, María Marín y Sebastián Cruz. No se trata de hacerse el moderno, es que no hay diferencia entre lo nuevo y lo viejo, eso es una de las grandezas del género. Ya lo dijo Enrique Morente, en el flamenco, en la copla, solo degenerando se regenera. Esa es la regla de los pobres, de los paupérrimos. Lo llaman arte popular por eso, porqué terminan siempre por abajo. Los artistas, simplemente, tienen un compromiso con lo que hacen y se atienen a ello. No se resbalan en casa de jabonero, se tiran por un acantilado como Enrique el Mellizo. No, aquí no van disfrazados de modernos. Se transforman de verdad. Aquí reina la plasticidad, la realidad está siempre en transición. No se bañan dos veces en el mismo río. Se travisten, cambian de sexo si ustedes quieren. Tiriti trans. ¡Viva Nuestra Señora del Tránsito!

 

Pedro G. Romero,

Entre julio y agosto, entre Barcelona y Sevilla.

 

RUIDO CLAVEL - Texto breve de Pedro G. Romero

 

Al principio, a todas estas músicas se les llamaba jazz: blues, tango, fado, flamenco o copla. Claro que hay distinciones pero, por ejemplo, entre la copla y el flamenco hay más continuidades que diferencias. Aquí está Ruido Clavel, no habría mucho más que explicar. La voz soprano de Helena Amado (O Sister!) se estremece tanto como el ruido elegante y calmado del guitarrista noise Pedro Rojas Ogáyar (Proyecto Ocnos). El rojo clavel es una flor extranjera que llegó a la Península Ibérica desde el Egipto Menor en una boda «gitana» de emperadores. Los Rrom tenían memoria de príncipes y ya los maraban a palos. Pero empecemos por el principio. Primero era tonadilla, después copla, en después, copla andaluza. Pero, antes, era ¡cuplé sicalíptico! y su reina Pastora Imperio. Todas esas mutaciones se producen por aflamencamiento, que no es una métrica ni una manera concreta de pronunciar las letras sino un cambio en las condiciones de producción material. El flamenco siempre acaba por abajo. El maestro Morente decía que degenerar era la única manera que sabían los pobres de regenerar el género, valga la redundancia. El agua que no corre se estanca. Tiriti trans. ¡Viva Nuestra Señora del Tránsito!

 

 

RUIDO CLAVEL - Descripción

 

RUIDO CLAVEL es un punto de encuentro entre dos músicos: Helena Amado, voz y percusión, y Pedro Rojas Ogáyar, guitarras experimentales; junto al comisariado del artista Pedro G. Romero. Este tridente inquieto surge en Sevilla a finales del año 2023, lugar donde se inician los ensayos del proyecto, y en los que ambos músicos le plantean sus primeros bocetos a Pedro. La investigación se inicia con la intención de arrastrar la copla -y que la propia copla sea la que arrastre- a los lugares más diversos: desde la reflexión sobre sus orígenes hasta el contacto directo con el imaginario flamenco, utilizando siempre lógicas de experimentación entre géneros, todas las referencias posibles y los bagajes personales de cada miembro del equipo. Esta atractiva dinámica provoca la fricción entre cuerpos que a su vez consiguen diluir los contornos que la crítica musical genera, estableciéndose así la duda academicista y la búsqueda constante como base de trabajo del proyecto. La gran experiencia en diferentes estilos (jazz, swing, contemporánea,...) de estos dos músicos clásicos se pone al servicio de la idea primigenia que, atravesada por la inmensidad de referencias del comisario, es lo que está dando forma al repertorio nacido de esta investigación. Este excitante punto de encuentro está generando un discurso reivindicativo en el que la copla nos lleva a lugares a priori irreconocibles donde se manifiesta su espíritu bastardo.

 

 

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